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Al sur de Margarita se encuentra
la Isla de Coche, donde se conjugan bellos
paisajes con gente amable dedicada a las faenas
del mar. Su nombre viene de la lengua Caribe y
significa Venado, pero no se sabe con precisi髇
si es por la forma f韘ica de la isla, o porque
anteriormente exist韆 all?esa especie.
Coche, junto con Margarita y Cubagua, forman el
estado Nueva Esparta. Posee un clima c醠ido con
temperatura de 28?C., que la hace placentera
todo el a駉. En sus 55 Km2 encontramos hermosas
playas como punta La Playa, San Pedro y El Coco.
Sus 8.200 habitantes (para 1999) se concentran,
principalmente, en los poblados de San Pedro de
Coche - la capital -, El Bichar, Guinima, El
Amparo y El Guamache. Estas comunidades se
destacan por su actividad pesquera artesanal, lo
rico de su folklore y sus fiestas tradicionales
en honor a sus santos patrones.
Actualmente, Coche es un sitio de referencia muy
atractivo para los windsurfistas, debido a sus
constantes y fuertes vientos. Es normal verlos
hacer el recorrido de casi 10 Km hasta Playa El
Yaque, en Margarita.
Aunado a sus atractivos tur韘ticos, la Isla de
Coche cuenta
con hoteles d髇de disfrutar de una
agradable y tranquila estada. Tambi閚
encontramos restaurantes t韕icos donde se
saborean los platos de la gastronom韆 cochense,
basados en los frutos del mar.
La Punta
De isla a isla, los cronometristas atestiguan
escasos 15 minutos. La historia dice que
universos. Cuando el 鷏timo colonizador hizo
sacar de las aguas la 鷏tima de las perlas, se
percat?con sorpresa de que Margarita pod韆 a鷑
servir para otros menesteres. Coche, en cambio,
al igual que Cubagua, las percibi?entonces
des閞ticas y agrestes, buenas para la sal, para
los peces y quiz醩 -quiz醩- para alg鷑
trasnochado visitante. Sabia decisi髇.
Coche sale de la bruma y se asoma en el
brev韘imo baupr閟 como un desierto
arcilloso e
implacable. Cualquiera se desanima: sol, sol,
sol, roja tierra y m醩 sol. Pero la costa norte
est?hecha para eso, para desanimar: basta un
giro a barlovento, sobre La Punta, y se abre en
prodigios el formidable play髇 del mismo nombre.
De cara al Oeste, la arena blanquecina recorre
las fauces abiertas de una cuasi ensenada que
pareciera querer tragarse a Cubagua, all?en la
distancia, mientras el agua, indecisa,
transcurre por inimaginables
tonos de azul hasta
tropezar, finalmente transl鷆ida, con la
incierta orilla. No hay en toda esa inmensa boca
una ola que denuncie el encuentro.
En el labio superior, casi sobre la comisura de
playa La Punta, el asombro todav韆 se reserva la
sorpresa de un vergel. Arenal de por medio, el
aire se llena de palmeras y de flores que la
ignorancia no alcanza a nombrar; digamos que
amarillas, y blancas, y rojas, pero s髄o si a
estos colores se les da la intensidad que
confiere al oro la codicia, o al blanco el amor,
o al rojo las espadas. Un amurallamiento de
trinitarias protege a鷑 otro tesoro: grama. Al
medio del desierto, el suelo es de grama.
Dolcissimo far niente
Sin tropezar con prominencia alguna capaz de
detenerlo, el viento barre la isla y se
desparrama sobre el sol de La Punta, que refulge
en cada grano de la arena. Tiene vigor
suficiente para robarle sudores a la ma馻na,
pero al agua
apenas s?logra rizarla: se dir韆
que alg鷑 secreto pacto la lleva a deslizar su
fuerza unos cent韒etros por encima de la mar,
justo all?donde comienza a henchirse la sonrisa
del velerista. Eolo, hijo de H韕otes y se駉r de
los vientos, es aqu?en extremo magn醤imo con
los amantes de la vela, sea 閟ta la de una
simple y rauda tabla, la de una goleta de dos
palos o la del m醩 fino cl韕er.
Tierra adentro, el asfalto reverbera hasta San
Pedro, la capital, y bordeando la bah韆 de El
Saco sigue hacia El Bichar, G黫nima y El Amparo,
para luego alcanzar el extremo sureste en El
Guamache y subir hasta Sulica. Otras v韆s
menores enlazan El Bichar con La Uva y El Coco,
situados cara a cara con El Yaque margarite駉.
Un par de viejos taxis facilitan la hechura del
mapa a los m醩 c髆odos, y hay bicicletas de
alquiler para los hiperhidratados y fan醫icos
del m鷖culo. Punto de conciliaci髇, las motos
-de dos y preferiblemente cuatro ruedas- cumplen
igual af醤 y permiten alcanzar una que otra
pasmosa maravilla en los ca駉nes y grietas que
la erosi髇 dibuja y desdibuja a puro antojo.
Hay poco que hacer en Coche, dicen algunos;
otros callan la respuesta, y
para sus adentros
piensan que ese es su mayor prodigio.
Si los verdaderos para韘os son los para韘os
perdidos, como ya dijo Milton, entonces tambi閚
deben ser lo bastante peque駉s para perderse. En
esta isla menor, ese lugar est?en alguna parte
de los pocos kil髆etros que van de Punta La
Playa a Punta El Bot髇: en la arena, un trigo
molido por la paciencia de los siglos; en el
agua, corredor de card鷐enes de sardina y
estrellas marinas; en el atardecer, cuando los
vientos reverencian su progenie atl醤tica, y los
hombres, vaya uno a saber por qu?misterio,
abandonan a la soledad y al s鷅ito fr韔 el
estallido celestial de nubes y rayos y colores
que usa el sol para zambullirse en el oleado
horizonte. El aire se ti馿 entonces de galaxias,
San Pedro parpadea al otro extremo,
el mundo
calla por completo y el alma da por encontrado
lo que el poeta John Milton busc?y hall?s髄o
en la ceguera.
Teolog韆s aparte, se entiende en Coche el porqu?
del milenario e interminable enfado de Dios con
Ad醤 y Eva. En un para韘o, dos personas son ya
mucho y bastante. Pero salir a cont醨selo a
otros, ya eso es el pecado. |